Playground (.NET)
La obra de Simon Scott está estrechamente ligada al agua y, más concretamente, al mar. No ya sólo es que en sus primeros años como músico formara parte de la mejor versión de Slowdive –un grupo que no sólo estuvo en la avanzadilla shoegaze de principios de los 90s junto a Ride y My Bloody Valentine, sino que en su nombre ya incluía la idea de sumergirse y perderse en una inmensidad líquida, que era como sonaban sus guitarras, cascadas de sonido en caída libre–, sino que en sus últimos discos, firmados a su nombre y en clara sintonía con la actual generación ambient a caballo entre lo digital y lo acústico, los títulos de los álbumes, o las piezas en su interior, todas tienen una clara alusión a las costas y a los océanos. El primero se tituló “Navigare” (Miasmah, 2009), que a la vez implicaba una idea de aventura, y el segundo “Silenne” (Slaapwel Records, 2010); en el EP “Traba” (Immune, 2010) aparecían cortes como “She Came From The Sea” y “The Water Loop”, y en el grandioso “Bunny” (Miasmah, 2011) todo comenzaba con “AC Waters”. Ahora que Scott ingresa en la familia 12K bajo el paraguas de Taylor Deupree, las constantes siguen iguales: de las costas y la navegación ha pasado a las inmersión –algo evidente con un título como “Below Sea Level”–, y cada uno de los cortes es una variación sobre la misma idea: bajar y subir, rozar la superficie del mar, pero siempre por debajo. Si el agua y el océano siempre han estado en la obra de Simon Scott, en este último título la presencia es constante, lo ocupa todo, no deja espacio para nada más.
¿Por qué el mar? Según explica él, se debe a haber vivido gran parte de su vida en zonas costeras, concretamente en la conocida como East Anglian Fens, un rincón de marismas en la vertiente este de Inglaterra, a la que pertenece su ciudad, Cambridge, y que disfruta de un rico ecosistema de aves, plantas y peces, y en la que están atrapados, también, sus mejores momentos de infancia. En la música de Simon Scott de los últimos años la emoción es un factor principal, su sonido es deslizante y pausado, deja volar la imaginación a medida que relaja el cuerpo, pero quizá no haya otro disco como éste, tan volcado en la recuperación de un momento lejano, completamente borroso y amarillento en el que los resortes del recuerdo y la nostalgia se activan con tanta intensidad. Es también el disco más laborioso de todos los suyos: además de los sintes planeadores y la guitarra punteada con ligereza y economía, para añadir un toque de color distinto a la paleta de texturas, Scott se ha preocupado especialmente por revestir los siete movimientos del LP con sonidos grabados en la zona geográfica de las Fens, tanto de fauna como de movimientos de agua, y con los que adorna unos paisajes sonoros que apuntan menos drama que en discos anteriores, pero que sin embargo acentúan las cualidades de un autor que cada vez encuentra su voz más clara y nítida: la quietud, la reflexión. Es un disco que suena como una gran burbuja, una burbuja fina que puede estallar en cualquier momento.
Más allá de eso, está el propio proceso de producción: mucho sinte planeador, mucha textura analógica, pero siempre con la acentuación de glitches sutiles o, mejor aún, el graznido de un ave en la distancia convertido en una especie de desarrollo de clicks’n’cuts que adornan el resultado final, como si a esas imágenes mentales de playas solitarias y lagunas se le añadiera un efecto 3D, un giro inesperado que hiciera la experiencia más realista, más vivaz y, por tanto, más memorable. La ascensión de Simon Scott es una realidad, y se mantiene en un valle fértil, donde cada nuevo título que suma a su currículum es un triunfo.