Playground (ES)
A 12k, ese sello que Taylor Deupree dirige con mano firme y gusto (casi siempre) intachable, hay que tenerle mucho respeto porque a principios de década redefinió por completo el campo del ambient. No es una exageración: si nos ponemos pejigueras, Deupree fue el primero en hablar de microsonidos y clicks’n’cuts, al hacer de comisario para la recopilación Microscopic Sound, que el difunto sello Caipirinha publicó allá por 1999. Luego Achim Szepanski le quitaría la gloria con sus recopilaciones en Mille Plateux, pero esa es otra historia; aquí lo que nos interesa es que Microscopic Sound fue una auténtica cruzada en favor del sonido pequeńito, el minimalismo digital y el ambient de texturas luminosas, una cruzada que Deupree trasladaría después a su propio sello, con ayuda de tipos como Richard Chartier, Christopher Willits o Dan Abrams.
Durante mucho tiempo, el catálogo de 12k se plegó por completo a ese ideario de pureza digital: aquí se utilizaban herramientas como la belleza clínica, la superposición de capas, el recorte minúsculo o el drone estirado en el tiempo. Herramientas con las que provocar un pellizco en el estómago del oyente; que garantizaban que, al adquirir un disco del sello, te llevabas a casa un objeto hermoso, tanto por dentro como por fuera. Sin emabrgo, y desde hace un par de ańos (en concreto desde la edición del recopilatorio Blueprints), Deupree intenta mantener ese ideario al tiempo que abre el foco estético, buscando artistas que trabajen con un tipo de sonido más “orgánico” (sic), y pongan el acento sobre instrumentos “reales” antes que sobre un ordenador. Una búsqueda que en ocasiones le ha llevado a flirtear con el lado más derivativo e insulso del post rock, pero que también da sus frutos: la prueba es Amplifier Machine, un trío australiano que elabora paisajes atmosféricos a partir de una instrumentación más o menos clásica (piano, guitarra, violín, percusión) y que, de algún modo, consigue trasladar el espíritu 12k a un territorio acústico. Y es que, partiendo de estructuras simples, dejando espacios para una improvisación controlada (no esperen aquí fuertes derivas instrumentales), estos tres músicos juegan a superponer capas y a trenzar distintas líneas melódicas, flirtean con ritmos minimalistas, con drones de naturaleza obtusa y arreglos de aire neoclásico, y terminan por hallar un lenguaje propio, que es a la vez acariciante y marciano, amable y arisco. Tan bien trabado, en realidad, que es posible enfrentarse al contenido de Her Mouth Is An Outlaw de dos maneras distintas: dejando que la superficie de la música masajee las orejas, o sumergiéndose en las complejas estructuras que dan cuerpo a las canciones. En ambos casos la satisfacción está garantizada. 7/10 – Vidal Romero