Hawai (CL)
Una especie de ruido de fondo que fluye por debajo del enorme bullicio de la ciudad. Por los espacios delgados, en ellos surgen las más pequeñas rendijas, por las que emerge entre la enormidad el sonido, un manto imperecedero ajeno a corrientes externas, queriendo sin más dejar una huella que alcanzará no a todos sino a muy pocos. Pero una huella al fin es, imborrable en la memoria del que este dispuesto a escarbar un poco más. Este, como tantos otros discos, me temo quedará arrinconado en una esquina deshabitada, pero acá no estamos tan solo para fijarnos en lo indiscutible, sino también en lo menos obvio. Y esta es una obra de aquellas, fruto de dos personas con una ciudad en común, Tokio. Una de sus mitades es Tomoyoshi Date quien nació y creció en Sao Paulo hasta los tres años para volver a Japón. La otra es Corey Fuller, nacido en Washington y criado en la capital nipona, donde ahora vive. El primero tiene dos discos a su haber, de manera solitaria, siendo “Human Being” (FlyRec, 2008) el más antiguo. El segundo se estreno con <i>Seas Between</i> (Dragon’s Eye Recordings, 2009). Tomoyoshi comparte dúo con Chihei Hatakeyama, Opitope. Esa banda invita en 2006 a Corey a tocar juntos en Tokio, y desde ese momento nace la amistad, pero no es hasta 2008 cuando el japonés visita el noreste norteamericano, instante en que comienza la colaboración.
Illuha, una especie de mala traducción de playa del portugués, es este dúo que hace su estreno a través de 12k, con un trabajo que es todo calma y relajo. De hecho se grabó en una iglesia de más de 100 años en Bellingham, Washington. Así que no podía ser otra forma en la que se desarrollaran estos temas, tan solo seis en tan solo cincuenta minutos. Y en los vastos campos de arena es en donde se explayan Corey y Tomoyoshi en unos sonidos que tienen como imagen perfecta un jardín japonés. Un patio en el que se ubican las islas, rocas dispuestas en medio del recinto en el que se ubican. Y como ellas, forman trazos ondulantes cual arena desde la que se contempla la tranquilidad. En dos de ellas adorna el cello de John Friesen, en una la voz de Tadahito Ichinoseki. “Shizuku” es, desde principio a fin, apacible, con guitarras, vibráfonos, acordeones, pianos, ninguno de ellos estorbando al otro sino que esperando el momento justo para entrar en escena, como si de unos instrumentos muy respetuosos se tratase. “Rokku” es buen ejemplo de ello, cuando el piano espera a unas field recordings de oleajes en la orilla, cuando las cuerdas de la guitarra esperan tranquilas al piano para no interrumpirlo, y así. Lo mismo puede decirse de “Aikou”, lo mismo de “Saika”, y así, hasta llegar a “Kie”, cuando sutiles notas envueltas en seda se difuminan en ambientes de texturas orilladas.
También no importan las listas, pero tanto o más nos interesan aquello que se queda fuera de ellas. Muy probablemente este sea un caso, pero a veces es más interesante quedarse al margen. Lo que Fuller y Date han hecho, en el siempre lluvioso Evergreen State, pero con la mirada puesta en Occidente, a más de 7 mil kilómetros, es un descanso, una parada en el constante movimiento. <i>Shikuzu</i> es una llovizna en el calor de los días, o como dice su título, una gota de agua, siempre aviso de cosas buenas.