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Ha llegado un momento en el que la discografía de The Boats se ha vuelto imposible de aprehender, o casi. No porque sea exageradamente extensa –once discos en ocho años es una cantidad notable, aunque no la diarrea editorial con la que nos obsequiaron un tiempo a incontinentes del ambient neoclásico contemporáneo como Machinefabriek–, sino porque es premeditadamente diminuta. Las tiradas de la mayoría de sus títulos –por ejemplo, su split con Pendle Coven, <i>Typewriter</i>, o todo lo que sale en su propio sello, Our Small Ideas– son liliputienses, los discos tan pronto como llegaban a las tiendas (si es que llegaban) se evaporaban al instante, y al fan ocasional un seguimiento de The Boats le ha supuesto siempre estar demasiado alerta a las páginas de novedades, y más cuando el ritmo de planchado –ya fueran CD-Rs de pocas unidades o ediciones regulares limitadas a unos centenares de copias– se mantenía vivo y constante, y aún más desde que el cellista Danny Norbury se integró en la formación para que el dúo compuesto por Andrew Hargreaves y Craig Tattersall (ex Hood) pasara a ser un trío estable desde 2009.
La llegada de Norbury puede explicar perfectamente el progreso de The Boats y por qué <i>Ballads Of The Research Department</i> es el disco que les puede llevar a ganar más público y subir un escalón entre la comunidad horizontal, la que escucha música sin bajar de la cama. Con Norbury la banda ha ganado consistencia –eso se notó en “Words Are Something Else”, su disco para Home Normal en 2009– y también pausa; éste para 12K es su álbum inmediatamente posterior, sin contar <i>Do The Boats Dream Of Electric Fritz Pfleumer</i>?, que no dejaba de ser una grabación en directo de media hora que vendían en el tenderete de merchandising de la última gira. Rebajar la urgente incontinencia creativa que les había llevado a editar mucho y disperso puede ser una buena jugada –crear tensión y espera entre sus habituales compradores, sobre todo–, y también una manera racional de administrar el tiempo y los esfuerzos. <i>Ballads</i>… tiene la ambición de llevar el proyecto The Boats a un estadio mejorado, y no sólo por el apoyo silencioso del sello de Taylor Deupree, que es como entrar en la aristocracia del ambient emocional de los últimos años, sino por cómo se desarrolla el trabajo.
Cuatro piezas, cada una por encima de los 10 minutos, y deseos de estar entre la canción ensoñadora y el paisaje polar. Cada título cuenta una historia o desarrolla una lírica particular, post-modernizando la noción tradicional de “balada” en tanto que relato y canción suave –por ejemplo, “The Ballad For Achievement” es como una larga intro que progresa y desenreda una madeja electrónica sigilosa, primero como esas cascadas de aire puro propias de bvdub, más tarde con la entrada de violines y beats downtempo; es una forma de presentar las ideas marco del disco, que contabilizan como logros en el discurso particular de The Boats–, y cada título desea ser también un masaje emocional, dejar huella en el recuerdo. Los métodos que utiliza el trío son a veces demasiado obvios o pasados de moda, y ahí está el comienzo de “The Ballad Of Failure”, una especie de pop silencioso y sensible cuyo origen habría que buscarlo diez años atrás, en muchas bandas de sellos como Rocket Girl o en los propios Hood de los que salió Tattersall, pero cuando desaparece la voz sacarinada (de Chris Stewart, por cierto) y entran los violines trémulos, los suspiros y los silencios inmensos, el disco entra en una dimensión mucho más efectiva. Gana más por lo que calla que por lo que dice, y en esa línea el epicentro de “Ballads Of The Research Department” se localiza claramente en “The Ballad For The Girl On The Moon”, trece minutos en los que Norbury toma el control –y el cello– y lo deja flotar a la deriva entre las olas que le van agitando el piano, los sintetizadores y una percusión quieta; recursos de post-rock quizá ya muy asumidos, como el que patentaron los Mogwai tranquilos, pero aquí presentados de manera intachable, con efecto dramático indiscutible.
El tramo final del álbum es “The Ballad Of Indecision”, otro segmento vocal en la línea del j-pop electrónico que tanto le gusta al dueño de 12k y en el que participa la cantante japonesa Cuushe, en un estilo parecido al de bandas como Piana o múm en sus mejores tiempos, frágil y sensiblero hasta que, una vez más, aparece Norbury al rescate con esos tejidos de cello que, no por sencillos, dejan de ser necesarios. Y así concluye el que es uno de los discos ambient con más miga del trimestre, entre escalofríos y obviedades, con la sensación de que The Boats se toman su nueva etapa en serio, con voluntad de crecer y concentrar la calidad, evitando quedarse exclusivamente en el nicho electrónico, aunque todavía con lastres del pasado –esa dependencia post-rock que opaca las virtudes impresionistas añadidas por Norbury– que parecen estar ya en proceso de reencauzar convenientemente.
Robert Gras